IMPUNIDAD                                                                                      
L. Soriano


La Clase política en general, esta llena de buenos intencionados. Generalmente se llega a la política cuando se esta dotado de cierto carisma, de cierto encanto personal, de cierto afán por servir y de ayudar, ganas de salir en los medios, de cierta facilidad de palabra y de cierto aguante ante las criticas, inevitables de los desplazados por el que llega, sean o no de su propia cuerda.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, todo esto se desmorona al contacto con el poder. Pero sobre todo hay caída libre cuando se trata de aferrarse al poder, y para no perderlo, se hacen y se cometen las peores atrocidades y despropósitos.
De todas maneras, lo peor, lo peor de todo son los funcionarios, públicos o de partido, que encaramados al poder por los cargos que ostentan, aterrizan en política por el huevo, no por el fuero. Son como los que a base de controlar empresas o a empresarios desde cualquier instancia, se meten a ser ellos mismos patrones de empresa. La inmensa mayoría fracasa con millonarias pérdidas. No es lo mismo tirar de lo público o colectivo que de lo de uno mismo, ser empresario es otro cantar y ser político, de los que describía al principio también. Además estos funcionarios arribados a las procelosas costas de la política, no tienen el encanto ni la gracia, ni la labia, ni la intuición, ni la perspicacia, ni el don de gentes de los políticos genuinos.
Por otra parte, algunos, muchos, se van envolviendo en un blindaje de irresponsabilidad de actos, ya que hacen lo que les parece, sin respeto a los electores ni respeto a los ciudadanos ni respeto a las leyes ni a las normativas, ni al espíritu  con que fueron concebidas las reglas. Es el imperio de la impunidad.
La impunidad, es decir, el sin castigo, es un estado, en el que algunos altos funcionarios, políticos nacionales y locales, adláteres sustitutos y empresarios arribistas,  viven, medran y chapotean.
Es un estado en donde se confunde lo publico con lo privado, al crítico con el enemigo, propio y de lo que señale el impune, donde los derechos de los ciudadanos administrados, y el objetivo de las leyes, normas y reglamentos se trastoca, y prima el oscurantismo, el derroche y el aislamiento de la sociedad que lo elige a él o a quien lo nombra, designa o impone.
Cuando les cogen en un renuncio, y alguien se atreve a señalarlos, amenazan, y ponen todo el “aparatichk” de su poder, para expulsar al discrepante de todo contacto vital, hasta con el exterminio personal, social o periodístico.
El coro de palmeros, jaleadores, parásitos del impune y medios conchabados afines enseguida se movilizan para impedir que se le vea la incasta espalda al impune, y se le enfríe la salva parte por el aire fresco.
Además, el impune se queja, ¿cómo se me hace esto a mí?- lloriquea- mientras envía mandobles de hoja  acerada. Él cree desde lo más profundo de su ciénaga, que ha hecho mucho por no sé quien, y que se le debe algo más de lo que estipula su contrato o asignación.
Sus compañeros, en vez de arroparlos  en actos de corporativismo repugnante, deberían despeñarlos de sus pulpitos o estrados y desposeerlos de sus púrpuras y capacidad de mando y daño. No se debería de apoyar a los cadáveres impunes en sus últimos coletazos. No se debe de engañar ni poco tiempo, ni a poca gente.
La clase política, al principio descrita, debe defenderse de estos profanadores. El que la haga, cuando se descubra, que la pague.
A reflexionar

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