Apocalipsis.

L.Soriano 18/02/2011
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Presidía la ceremonia el Gran Maestre del Divino Talante y Guía de la Eterna Alianza, sentado en su trono del Pavo Real con su expresivo rostro y su característica mirada perdida en la nada, como ausente, agobiado quizás por el exceso ropaje, el peso de la Púrpura que difícilmente podía soportar. No sudaba, no reía, no se inmutaba y su rostro mas bien parecía que esbozaba una mueca, o fuese el rictus del trigémino tensado.
El Maestro de ceremonias, con su Blanco y recargado ropaje, ribeteado de escarlata y armiño, esgrimía una cimitarra regalo de algún sultán de los muchos que frecuentaba, y enviada a través del Gran Canciller, que se encontraba presente aunque como siempre algo distraído. Tarareaba y  anunciaba en letanía que éramos sólidos, que éramos fuertes, que éramos únicos y que éramos valientes, en una ronronera sin fin, que empezaba donde acababa.
Por fin aparece el Sumo Sacerdote, por un lateral del Templo y se dirige hacia el centro donde se alzaba el ara, o mejor dicho los tres altares, engalanados en barroqueño, de añil, amarillo y verdemar respectivamente. El Hermano Pedro, así se llama el Sumo Sacerdote estudia con cuidado las hojas de los cuchillos, machetes, hachas y estiletes que servirán para el sacrificio de las bestias, para aplacar a los Dioses y leer en sus entrañas los más veraces augurios del futuro cercano que ansiosamente espera  el Gran Maestre. El murmullo lo  acompaña  y le hace volverse para solicitar respeto y atención.

Toda la simbología estaba presente y hacía de la ceremonia iluminada por cientos de antorchas cuyo humo negro ascendía hacia la cúpula, un escalofriante espectáculo, y dando un aspecto de aquelarre terrorífico.
“Duris ut ilex tunsa bipennibus 
Ducit Opes animumque ferro”

(Como la encina atacada por Fuertes hachas, del mismo hierro reciba energía y valor)
Fueron las palabras iniciáticas del Sumo, en referencia a que entre más horribles sean las noticias, y los acaeceres, mas fuertes nos harán, según su lema. La selección de la especie Al parecer no esperaba buenas nuevas, pero su cabeza dependía de su pronóstico o profecía, había que contentar al  Gran Maestre, y animar a los súbditos. NO podía fallar.
Unas enérgicas palmadas del Maestro de ceremonia, más parecido a un Gran Chambelán de espectáculos feriales, y unos golpes de la cola de la maza del Macero mayor un tal Bastien, dan entrada a los servidores que llevan del ronzal a los protagonistas últimos que empiezan a aparecer en escena con balidos, mugidos y gemidos, las victimas propiciatorias para halagar los sentidos de los Dioses.

La Oca sagrada, en cuyas vísceras y entrañas  leerá la duración y la profundidad y alcance de las plagas que azotan al reino, el Cordero pascual, cuya sangre purificará los errores cometidos por los gobernantes anteriores, y el Toro Albo, sagrado blanco inmaculado, que se inmolara para neutralizar los nefastos idus que de lejana provenencia, mas allá del Oceanus Tenebrosus, Terra incógnita, Terra Atlántica, donde habitaba el Feroz Gorges, que llamado Bushoo o Trumohet,, por sus temibles estertores, nos envía sin duda todos los maleficios y desgracias que el ritual tratará de aplacar.

La Ceremonia empieza, el silencio impera, se corta el aire y se queda la escena inmóvil y todos aguantan la respiración. Ni una tos, ni un jadeo, el silencio y la turbación.
(CONTINUARÁ)

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